EL OJO
DE LA INOCENCIA
En
el medio del bosque, en una pequeña, cálida a la vez que bien diseñada cabaña
de troncos, vivía el Señor de la Luz. Ciego de nacimiento e impedido de
ocuparse de tarea alguna a causa de la ancianidad que había detenido su andar
desde hacía muchos años, de los cuales –de hecho- nadie tenía constancia
alguna.
Cada
día, desde entonces, contaba con la compañía de una joven mujer que recibía a
quienes lo visitaban desde todas partes del mundo. Algo muy curioso, sin duda,
era que la muchacha podía comprender todos los idiomas.
Llegaban
personas de distintas edades, condiciones económicas, así como de creencias
religiosas tan variadas como sus propias dolencias físicas; sin que alguno
siquiera –por todos los años que el hombre llevaba en el planeta- hubiese
podido asimilar la respuesta que les daba: -Tu ojo no está en tu cabeza, está
en tu luz. Miras con tu cuerpo y siempre seguirás en la oscuridad.
Descontentos
la mayoría, enojados muchos de ellos, decepcionados los que esperaban que
alguien viviese sus vidas y se las resolviera; pocos eran en cambio los que
aceptaban con humildad su falta de entendimiento y entre todos ellos muchos le
preguntaban a la muchacha por su lozanía y la ductilidad para hablar tantas
lenguas.
La
respuesta era siempre la misma: -En la Luz está la verdad y en ella la
inocencia. Su ojo atento me guía.
Ahora
vuelvo a ti, querido humano lector:
Quizá
esperas aclaración de esta historia y debo reconocer que no te he contado la
primera parte, que allí va:
-¡Hola!,
quiero invitarte a un paseo en un bosque casi de cuentos. Queda muy lejos del
sitio donde te encuentras. Es bello, apacible, luminoso por partes.
Sus
senderos rodean los árboles, casi jugando a que habrás de perderte.
Pero
no te preocupes, eso no sucederá.
Iremos
hasta la cabaña de una Anciano para que puedas preguntar por cualquier cosa que
te suceda y que no sepas cómo resolver.
Tendrás
la oportunidad de ser recibido y aquello que te responda será tuyo.
Dicen
que a todos les contesta lo mismo y que la mayoría nada comprende.
Tú
no eres esa mayoría.
Puedes
salir conforme o con un gran enojo. Deja de ser mi preocupación.
Te
he invitado. Considera con mucha firmeza que haces el viaje sin quejarte por
los costos o el traslado, ya que puedes hacerlo incluso, desde la cama de un
hospital.
Graciela
Khristael fuenteperfecta@gmail.com 26 de abril 2013
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