viernes, 26 de abril de 2013


EL OJO DE LA INOCENCIA

En el medio del bosque, en una pequeña, cálida a la vez que bien diseñada cabaña de troncos, vivía el Señor de la Luz. Ciego de nacimiento e impedido de ocuparse de tarea alguna a causa de la ancianidad que había detenido su andar desde hacía muchos años, de los cuales –de hecho- nadie tenía constancia alguna.
Cada día, desde entonces, contaba con la compañía de una joven mujer que recibía a quienes lo visitaban desde todas partes del mundo. Algo muy curioso, sin duda, era que la muchacha podía comprender todos los idiomas.
Llegaban personas de distintas edades, condiciones económicas, así como de creencias religiosas tan variadas como sus propias dolencias físicas; sin que alguno siquiera –por todos los años que el hombre llevaba en el planeta- hubiese podido asimilar la respuesta que les daba: -Tu ojo no está en tu cabeza, está en tu luz. Miras con tu cuerpo y siempre seguirás en la oscuridad.
Descontentos la mayoría, enojados muchos de ellos, decepcionados los que esperaban que alguien viviese sus vidas y se las resolviera; pocos eran en cambio los que aceptaban con humildad su falta de entendimiento y entre todos ellos muchos le preguntaban a la muchacha por su lozanía y la ductilidad para hablar tantas lenguas.
La respuesta era siempre la misma: -En la Luz está la verdad y en ella la inocencia. Su ojo atento me guía.
Ahora vuelvo a ti, querido humano lector:
Quizá esperas aclaración de esta historia y debo reconocer que no te he contado la primera parte, que allí va:
-¡Hola!, quiero invitarte a un paseo en un bosque casi de cuentos. Queda muy lejos del sitio donde te encuentras. Es bello, apacible, luminoso por partes.
Sus senderos rodean los árboles, casi jugando a que habrás de perderte.
Pero no te preocupes, eso no sucederá.
Iremos hasta la cabaña de una Anciano para que puedas preguntar por cualquier cosa que te suceda y que no sepas cómo resolver.
Tendrás la oportunidad de ser recibido y aquello que te responda será tuyo.
Dicen que a todos les contesta lo mismo y que la mayoría nada comprende.
Tú no eres esa mayoría.
Puedes salir conforme o con un gran enojo. Deja de ser mi preocupación.
Te he invitado. Considera con mucha firmeza que haces el viaje sin quejarte por los costos o el traslado, ya que puedes hacerlo incluso, desde la cama de un hospital.
Graciela Khristael   fuenteperfecta@gmail.com  26 de abril 2013 


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