Momento de despertar.¡Dar a Luz!
Suelo repetir que no se puede dar lo que no se tiene y que sólo se enseña lo que se necesita aprender, sencillamente porque adhiero a estos enfoques que me anteceden y que jamás pierden vigencia; quizá por eso soy tan reincidente en los comentarios acerca de que no hay prioridad mayor que la coherencia sin la cual la vida es tan sólo la sombra de la nada.
He tenido unos días de esos que te regalan a manos llenas ofrendas de libertad con formas de flores, con textos en palabras, con emociones en síntomas y con revelaciones a la manera del sentido común; días con fallas en los servicios de internet que me han permitido conectar con el alma cuya tecnología es simple porque jamás se pierde la conexión.
Y allí, en los espacios que dejan los pensamientos que hasta incluyen música grabada (¿Verdad que les ocurre que aún sin el propio consentimiento las neuronas se entretienen en poner fondo musical a la mente?); en esos breves espacios –decía- la lucidez parece encontrar señalizado el camino de los pequeños despertares.
¡Y se hace la Luz!
Así me aconteció entre una mañana y varios días, resultando que todo se tradujo en un instante en el que no fue necesario desplegar memorias ni hacer análisis profundos, porque sencillamente ahí me tenía a mi misma y no necesitaba más para saber de mí.
Desde este lugar de la experiencia que practico se (porque lo he aprendido) que si no se declara la independencia del sí-mismo todo lo que pueda realizarse hacia afuera es pura mentira, es un falso escudo del ego, es un maltrato al alma y es un proselitismo basado en los artificios de las máscaras que se utilizan para negar las propias limitaciones.
Creamos guerras e incendios porque las cosas suceden con la suma de las partes y en tanto no sanemos nuestro modo de ser a cada momento, seguirán produciéndose desequilibrios por doquier. Acumulamos falacias que creamos para auto-convencernos de una felicidad que no tenemos y luego nos preguntamos “¿Cómo ha sucedido eso?” y lo que es peor, algunos deciden pese a su propia ceguera, conducir a un mundo de ciegos espirituales hacia un inexorable pozo sin fin.
En medio de todo lo que fue apareciendo en estos días, algo que daba muchas vueltas a mi alrededor como si de siluetas del pasado –danzantes y aladas- se tratase, ha sido la reflexión acerca de la importancia del no ser; porque es muy precaria y vulnerable tal valentía.
No ser en un mundo donde todo está pensado para desear ser, es como el anticipo del fracaso con firma y rúbrica elegante acuñada por los sabios y eruditos del planeta.
Me preguntaba: -¿A quién podría interesarle que les transmita que sigo en mi etapa de descubrimiento y en procura de la conquista de mis propias orillas?; ¿Cómo podría servirle a otras personas una historia que se resume en mi presente y que es sólo el comienzo de una vida que continúa?; ¿Qué trascendencia podría tener un relato sin eventos tan traumáticos que muchos me han confiado?; ¿Acaso hay gente allí afuera de lo que falsamente creo es mi historia personal (ya he comprendido a estas alturas de que nada es personal), interesada en que les comunique tales experiencias?
Afortunadamente, cuando no hay red (metafórica, real o tecnológica) no queda otro remedio que dar el salto con el alma dejando a la mente desconcertada y sin respuestas, porque es así como la memoria del origen nos recuerda a qué hemos venido.
Sin ese talento que nos es innato por razones que cada quién explicará a su manera, de nada nos serviría buscar el sentido de la vida porque seguiríamos pensando que ni todas las bibliotecas del mundo, ni las más prestigiosas formaciones académicas, ni varias vueltas alrededor del mundo lograrían proveernos de esa sabiduría que tienen los otros y jamás nosotros.
Se trata de dar servicio con aquello que nos es simple, gratificante y abundante sin que tenga relación alguna con materialismos, dogmas o criterios sectarios.
Se trata de no ser, siendo; en vez de parecer ser sin serlo.
Se trata de enseñar lo que hemos aprendido y de asimilar con humildad todo cuanto aún nos falta; reivindicando el talento personal como parte de un entramado perfecto porque aquello que para nosotros es suficiente excusa para dividir, discriminar, rechazar o malversar; no tiene ninguna validez en un universo donde nuestra presencia física es –de tan insignificante- menos que una partícula de polvo en el aire que respiramos.
El talento es mediar, cocinar, cantar, reparar, crear e interpretar el arte en todas sus formas; escribir, disertar, enseñar, proteger, guiar y un sinfín de dones que los falsos status califican sin saber que no existe uno solo que carezca de valor.
Así fue que mi musa se hizo presente y casi regañándome por la demora me recordó que el fracaso es una elección por falta de sabiduría interior y postergarse es un abuso hacia nuestra sagrada presencia planetaria; luego –sin más- me instó:
¡Vamos! ¡Ya es tiempo de dar a luz!
He tenido unos días de esos que te regalan a manos llenas ofrendas de libertad con formas de flores, con textos en palabras, con emociones en síntomas y con revelaciones a la manera del sentido común; días con fallas en los servicios de internet que me han permitido conectar con el alma cuya tecnología es simple porque jamás se pierde la conexión.
Y allí, en los espacios que dejan los pensamientos que hasta incluyen música grabada (¿Verdad que les ocurre que aún sin el propio consentimiento las neuronas se entretienen en poner fondo musical a la mente?); en esos breves espacios –decía- la lucidez parece encontrar señalizado el camino de los pequeños despertares.
¡Y se hace la Luz!
Así me aconteció entre una mañana y varios días, resultando que todo se tradujo en un instante en el que no fue necesario desplegar memorias ni hacer análisis profundos, porque sencillamente ahí me tenía a mi misma y no necesitaba más para saber de mí.
Desde este lugar de la experiencia que practico se (porque lo he aprendido) que si no se declara la independencia del sí-mismo todo lo que pueda realizarse hacia afuera es pura mentira, es un falso escudo del ego, es un maltrato al alma y es un proselitismo basado en los artificios de las máscaras que se utilizan para negar las propias limitaciones.
Creamos guerras e incendios porque las cosas suceden con la suma de las partes y en tanto no sanemos nuestro modo de ser a cada momento, seguirán produciéndose desequilibrios por doquier. Acumulamos falacias que creamos para auto-convencernos de una felicidad que no tenemos y luego nos preguntamos “¿Cómo ha sucedido eso?” y lo que es peor, algunos deciden pese a su propia ceguera, conducir a un mundo de ciegos espirituales hacia un inexorable pozo sin fin.
En medio de todo lo que fue apareciendo en estos días, algo que daba muchas vueltas a mi alrededor como si de siluetas del pasado –danzantes y aladas- se tratase, ha sido la reflexión acerca de la importancia del no ser; porque es muy precaria y vulnerable tal valentía.
No ser en un mundo donde todo está pensado para desear ser, es como el anticipo del fracaso con firma y rúbrica elegante acuñada por los sabios y eruditos del planeta.
Me preguntaba: -¿A quién podría interesarle que les transmita que sigo en mi etapa de descubrimiento y en procura de la conquista de mis propias orillas?; ¿Cómo podría servirle a otras personas una historia que se resume en mi presente y que es sólo el comienzo de una vida que continúa?; ¿Qué trascendencia podría tener un relato sin eventos tan traumáticos que muchos me han confiado?; ¿Acaso hay gente allí afuera de lo que falsamente creo es mi historia personal (ya he comprendido a estas alturas de que nada es personal), interesada en que les comunique tales experiencias?
Afortunadamente, cuando no hay red (metafórica, real o tecnológica) no queda otro remedio que dar el salto con el alma dejando a la mente desconcertada y sin respuestas, porque es así como la memoria del origen nos recuerda a qué hemos venido.
Sin ese talento que nos es innato por razones que cada quién explicará a su manera, de nada nos serviría buscar el sentido de la vida porque seguiríamos pensando que ni todas las bibliotecas del mundo, ni las más prestigiosas formaciones académicas, ni varias vueltas alrededor del mundo lograrían proveernos de esa sabiduría que tienen los otros y jamás nosotros.
Se trata de dar servicio con aquello que nos es simple, gratificante y abundante sin que tenga relación alguna con materialismos, dogmas o criterios sectarios.
Se trata de no ser, siendo; en vez de parecer ser sin serlo.
Se trata de enseñar lo que hemos aprendido y de asimilar con humildad todo cuanto aún nos falta; reivindicando el talento personal como parte de un entramado perfecto porque aquello que para nosotros es suficiente excusa para dividir, discriminar, rechazar o malversar; no tiene ninguna validez en un universo donde nuestra presencia física es –de tan insignificante- menos que una partícula de polvo en el aire que respiramos.
El talento es mediar, cocinar, cantar, reparar, crear e interpretar el arte en todas sus formas; escribir, disertar, enseñar, proteger, guiar y un sinfín de dones que los falsos status califican sin saber que no existe uno solo que carezca de valor.
Así fue que mi musa se hizo presente y casi regañándome por la demora me recordó que el fracaso es una elección por falta de sabiduría interior y postergarse es un abuso hacia nuestra sagrada presencia planetaria; luego –sin más- me instó:
¡Vamos! ¡Ya es tiempo de dar a luz!
Con Amor,
Graciela Khristael
Graciela Khristael
PD: Como todo está conectado, esta musa también los insta a todos ustedes a la tarea más creativa que pueda realizarse una vez que se muere a la vieja imagen que se tiene de uno mismo y que no es otra que auto-parirse haciéndose cargo definitivo de la responsabilidad de ser lo que se vino a ser y ninguna otra cosa.
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