CRUCERO
SALVADOR
Desde hace décadas
la empresa de turismo tenía previstos estos cruceros.
Si acaso los
pronósticos fallaban resultando que el planeta no sucumbía en un cataclismo,
era importante prever una oferta de viajes a la que pusieron por nombre, no sin
cierta ironía: “Crucero Salvador”.
Los más afamados
gurúes así como guías espirituales de todas las edades -al entender de la
empresa de excursiones- fueron invitados para liderar cada grupo de paseo,
permitiéndoseles que propusieran sus extraordinarias tareas para el nuevo
tiempo.
En menos de un año,
los atuendos de los falsos profetas quedaron enredados en las propias
intenciones.
Cada barco zarpó de
su puerto hacia su destino elegido resultando que en pocas semanas se congestionaron
en medio de los océanos. Impedían la libre circulación de tantos otros viajeros
que no estaban en ese proyecto; los habitantes del mar quedaron apresados entre
las quillas de las naves; la confusión del destino se apoderó de todos aumentando
aquella crisis la falta de comunicación con las familias que habían quedado en
tierra firme.
La mayoría,
desbordada por la angustia, preguntaba a quienes nada respondían: -¿Cuál es el
camino?, ¿Por dónde seguiremos?
Una ballena asomó su
enorme cuerpo y volvió a sumergirse, haciendo que el oleaje creado por su
movimiento llevara hasta uno de los barcos una botella de vidrio en cuyo
interior un papel enrollado invitaba a ser renacido.
El capitán fue el
encargado de sacar al envase una especie de tapón de un material que no
conocía. Lo que se hallaba adentro era un trozo de tela de color gris
amarillento denotando antigüedad a la vez que exhibiendo cuatro dibujos tan básicos
como claros en el siguiente orden: una figura humana de pie al tiempo que elevada
del suelo, con los brazos cruzados en gesto de supremo control observaba ante
él a un grupo de animales de diferentes especies, dibujados más pequeños pareciendo
subordinados al ser. Seguía la misma
persona pero esta vez los vegetales eran sus súbditos; en el tercer esquema el
hombrecillo controlaba una montaña y un río; en la cuarta escena dos seres
permanecían a la misma altura, uno de espaldas al otro.
Al dar vuelta el
retazo de tela, una sola ilustración parecía resumirlo todo: una especie de
gran isla tenía sobre ella al grupo de los animales, luego a los vegetales,
seguía la montaña con el esquema de un río y eso era todo. La figura humana ya
no estaba.
Alguna vez, algún
náufrago de los magnánimos intentos de quién sabe qué era humana, había podido
dejar este mensaje simple pero tan claro a la vez: siempre sobrevive lo que se
conoce a sí mismo. Graciela
Khristael khristael@gmail.com 4-5 de marzo de 2013
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