lunes, 4 de marzo de 2013


CRUCERO SALVADOR

Desde hace décadas la empresa de turismo tenía previstos estos cruceros.
Si acaso los pronósticos fallaban resultando que el planeta no sucumbía en un cataclismo, era importante prever una oferta de viajes a la que pusieron por nombre, no sin cierta ironía: “Crucero Salvador”.
Los más afamados gurúes así como guías espirituales de todas las edades -al entender de la empresa de excursiones- fueron invitados para liderar cada grupo de paseo, permitiéndoseles que propusieran sus extraordinarias tareas para el nuevo tiempo.
En menos de un año, los atuendos de los falsos profetas quedaron enredados en las propias intenciones.
Cada barco zarpó de su puerto hacia su destino elegido resultando que en pocas semanas se congestionaron en medio de los océanos. Impedían la libre circulación de tantos otros viajeros que no estaban en ese proyecto; los habitantes del mar quedaron apresados entre las quillas de las naves; la confusión del destino se apoderó de todos aumentando aquella crisis la falta de comunicación con las familias que habían quedado en tierra firme.
La mayoría, desbordada por la angustia, preguntaba a quienes nada respondían: -¿Cuál es el camino?, ¿Por dónde seguiremos?
Una ballena asomó su enorme cuerpo y volvió a sumergirse, haciendo que el oleaje creado por su movimiento llevara hasta uno de los barcos una botella de vidrio en cuyo interior un papel enrollado invitaba a ser renacido.
El capitán fue el encargado de sacar al envase una especie de tapón de un material que no conocía. Lo que se hallaba adentro era un trozo de tela de color gris amarillento denotando antigüedad a la vez que exhibiendo cuatro dibujos tan básicos como claros en el siguiente orden: una figura humana de pie al tiempo que elevada del suelo, con los brazos cruzados en gesto de supremo control observaba ante él a un grupo de animales de diferentes especies, dibujados más pequeños pareciendo subordinados al ser.  Seguía la misma persona pero esta vez los vegetales eran sus súbditos; en el tercer esquema el hombrecillo controlaba una montaña y un río; en la cuarta escena dos seres permanecían a la misma altura, uno de espaldas al otro. 
Al dar vuelta el retazo de tela, una sola ilustración parecía resumirlo todo: una especie de gran isla tenía sobre ella al grupo de los animales, luego a los vegetales, seguía la montaña con el esquema de un río y eso era todo. La figura humana ya no estaba.
Alguna vez, algún náufrago de los magnánimos intentos de quién sabe qué era humana, había podido dejar este mensaje simple pero tan claro a la vez: siempre sobrevive lo que se conoce a sí mismo.  Graciela Khristael  khristael@gmail.com 4-5 de marzo de 2013


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