sábado, 2 de marzo de 2013


SE NECESITAN COREÓGRAFOS

Los habitantes de aquella ciudad pegaron carteles por todas partes, para asegurarse de que muchos de los viajeros que la visitaran los pudiesen ver sin dificultad.
“Se necesitan coreógrafos”, era la clara leyenda que –aunque escrita con mucha simpleza- podía leerse desde la principal ruta de acceso.
Ella sintió que la buena suerte se confabulaba para que pudiese llevar a cabo lo que mejor sabía hacer: -guiar los pasos en una danza hasta lograr la unidad armónica de la obra.
Cuando descendió del auto fue caminando hacia el primer letrero, pisando rocas, elevándose a veces del suelo, sorteando muchas personas con una triste expresión en el rostro e incluso pareciéndole que todas eran las mismas caras.
No supo de qué modo se encontró de pronto en un gran salón cuyas paredes no podía distinguir.
Todas esas mujeres movían sus cuerpos con las espaldas encorvadas hacia adelante y sus brazos –mucho más largos que los de un humano normal- colgaban de sus hombros, alcanzando el piso con manos cuyos dedos eran extrañas y largas raíces.
-¿Qué hago acá?, se preguntó mentalmente, la recién llegada.
Sin saber cómo,  percibió que alguien le respondía:
-Escucho lo que piensas. Viniste siguiendo el cartel porque haces lo mismo que nosotras: danzar.
-¿Y las manos en el piso?, siguió preguntando.
-Son iguales que las tuyas. Son para no dejar de bailar lo mismo.
-¿Qué interpretan?
-“No soltaremos el dolor”; por eso necesitamos a alguien que nos ayude a mantener este ritmo.
Desorientada por la respuesta, notaba que además las siluetas de la escena se desdibujaban, por lo que apuró un comentario:
-¿Por qué repetirlo? ¡Existen otros pueblos, otras músicas! ¡Quiten las manos del suelo y les enseñaré otra forma de bailar!
Ninguna persona había quedado allí. Una de las paredes se transformó en una puerta abierta y al tiempo que entraba un gran rayo de luz, una voz pareció hablarle a su mente:
-Recuerda lo que has dicho al despertar.
Ana se incorporó sobresaltada, miró el reloj: -¡Ya es hora de levantarme! Miró hacia su ventana logrando que los rayos  del sol que entraban a través de ella le recordaran que había estado soñando. Pero aquel viaje onírico le acababa de devolver su libertad.
Lleva muchos años repitiendo la misma coreografía emocional, aceptando el sufrimiento de un amor tan ausente como dañino para su vida.
Sus zapatillas de baile cuelgan del armario desde el día en que quiso elegir entre un mal vínculo o su amada danza.
Se levantó, se vistió con alegría, colgó un bolso sobre su hombro, tomó el calzado con sus largas cintas de atar y sin mirar otra vez el lecho, salió de aquella casa convencida: - Ya no elijo la misma danza del dolor.
Escrito por Graciela Khristael  khristael@gmail.com 2-3 de Marzo de 2013    



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