VUELVE A MÍ
El nuevo médico del
pabellón le preguntó a su colega por el paciente de la última habitación de
aquel piso.
Mientras caminaban lentamente
hacia allí, recibió como respuesta:
-Llegó hace cinco
años y lo llamamos “Gran Maestro”.
Intrigado, el
flamante residente intentó más detalles:
-¿Se ha dedicado a la
práctica de alguna religión?
Su interlocutor se
detuvo contestándole, a sabiendas de lo que iba a producir en el otro su
respuesta:
-Ha sido un
vengador.
El impacto de esas
palabras hizo que su compañero de guardia se detuviera e hiciese un claro gesto
de gran sorpresa, con su rostro.
-Comprendo tu
asombro. Respondía el titular del área al tiempo que –señalando la habitación
del paciente- le aseveraba: -Ya hemos llegado; comparte el resto con él. Ahora
te dejo a solas porque nada debes temer.
El cuarto, tan austero
como limpio, ofrecía una imagen inesperada para ese tipo de hospital; con un
hombre pulcramente vestido de pantalón y camisa, indicándole con la mano que
tomara asiento en un sillón situado a pasos de él, en tanto con sus manos
juntas en posición de rezo, mirando hacia la ventana repetía: -Vuelve a mí;
vuelve a mí; vuelve a mí….
Lo hizo durante unos
dos minutos, respirando profundamente entre frase y frase. Luego, miró al
médico comprendiendo la intriga que le producía este “caso”, acercando una
silla para sentarse junto a aquél.
-¡Bienvenido doctor!
¿Cómo puedo ayudarle?
-Tal vez contándome
la razón de sus palabras. Fue lo primero que se le ocurrió al médico que de
pronto parecía adoptar el rol de paciente.
-Es muy simple.
Dediqué mi vida a dar el alimento necesario a un intenso odio que crecía en mí.
Cuando llegó la oportunidad de vengarme, eliminé a mi enemigo. Pero tardé muy
poco en darme cuenta que aquello no había sanado lo que era propio de mí.
-¿Qué era aquello?
-Mi propio enemigo
interior. El odio me pertenecía como emoción a vencer en mí. Aquel sujeto me
permitía despertarlo, hacerlo crecer, practicarlo tanto como alejarme de mi
vida.
-¿Qué aprendió
entonces?
-Que las emociones
se ponen trajes de personas, para que podamos aprender de lo que vinimos a
sanar. Si vencemos en nosotros la enfermedad del odio, dejaremos libres a
quienes visten el rol de enemigos.
-¿Por qué “vuelve a
mí”?
-Si no se resuelve
el aprendizaje en tanto estamos vivos, sobreviene la locura que conduce a la
estúpida esperanza de resucitar a un enemigo para poder pedirle perdón o hasta
quizá… ¡Darle las gracias! / Escrito por
Graciela Khristael khristael@gmail.com 1-2 de marzo de 2013
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